sábado, 17 de marzo de 2012

Al Jansa': la vida, el dolor y la muerte.


AL-JANSA’ (hacia 575 – 644 d.C.).

Me desvela el recuerdo cuando anochezco
y amanezco descompuesta por lo violento del dolor,
por Sajr - y otro joven como él-;
qué día de calamidad, de gualdrapa alanceada,
y que enemigo mortal cuando atacaba
para hacer valer a un agraviado su derecho.
¡Nunca vi entre los genios calamidad como la suya!
¡Nunca vi entre los hombres calamidad semejante!
Ni hombre más enérgico al hacer frente
a los azares del destino,
ni más noble y directo en los asuntos graves.
¡Cuántos huéspedes llamaban a su puerta y pedían asilo,
con el corazón erizado por el menor murmullo!
¡Qué noble y de fiar era! La noche caía sobre él
y lo encontraba libre de preocupaciones.
La salida del sol me recuerda a Sajr,
y lo tengo en mis labios a cada puesta,
y de no ser por la multitud que a mí alrededor
llora por sus hermanos, me daría muerte sin vacilar.
Pero sigo viendo a una madre que ha perdido a su hijo,
que llora y se lamenta a gritos por el día aciago,
la veo, desesperada, sollozando por su hermano
la tarde de su desgracia o anteayer,
no lloran a nadie como mi hermano, pero yo,
por el mío, me consuelo a mí misma al dar el pésame.
No, por Dios, no te he de olvidar,
hasta que me aparte de mi sangre y se cave mi tumba,
porque el día que me separé de Sajr dije adiós,
a la más hermosa de las criaturas,
mi delicia y mi solaz.
¡Pobre de él y pobre de mi madre!
¡¿Va a estar en su sepulcro noche y día?!
………….
      Al-Jansa’ era de la tribu Banu Sulaym y estaba consideraba como una mujer de gran belleza. Nació y se crió en el Najd, la región central de la actual Arabia Saudí. No accedió a casarse con el poeta Duraid ben al-Simma pese a que era el jefe del clan Yusam, de la tribu Hawazin. Se casó con un conocido caballero-guerrero de su tribu llamado Mirdas ben Abi ‘Amir con el que tuvo cuatro hijos y una sola hija llamada ‘Amra que también fue poetisa como su madre.

       La poetisa Al- Jansa’ debe su fama a las elegías que dedicó durante la época preislámica a sus hermanos Mu’awiya y Sajr muertos en enfrentamientos tribales y a sus cuatro hijos muertos en la batalla de Qadisiyya ya en época islámica. Ella acudía a la Feria de ‘Ukaz en La Meca y varias veces fue presidenta del tribunal que otorgaba los premios a las mejores qasidas recitadas. Y es que el papel de la mujer poeta en muchos casos era escribir elegías para llorar a los muertos de su tribu. A la vez que se ensalzaban el valor y los atributos del héroe guerrero se vanagloriaban las virtudes de los clanes y de la propia tribu. Estas elegías eran recitadas en los concursos públicos orales que se seguían con tanto fervor en la época preislámica.

       En su momento acompañó a la delegación de su tribu, los Banu Sulaym a Yatrib (Medina) cuando fueron a convertirse al Islam. Se dice que el Profeta Muhammad al ver sus grandes ojos la llamó al-Jansa’ (nombre que era conocido por llevarlo otras tres poetisas y que se consideraba muy poético).

      Destaca Mahmud Sobh (2002,) que “desgraciadamente – para la poesía – desde que se hizo buena musulmana no volvió a componer versos”[1] Se dice que sus hijos acudían al combate recitando versos suyos y luchando hasta que morían uno detrás de otro y así los cuatro. Es famosa la frase que pronunció Al-Jansa’ cuando se enteró de la muerte de sus cuatro hijos por haberse quedado como una cita obligada para las madres musulmanas: “Alabado sea Dios Quien me ha honrado con su muerte y ruego a mi Señor que me junte con ellos en el Reposo de Su Piedad”[2]

      Se conservan según Sobh cerca de mil versos de Al Jansa’ que fueron recogidos por el padre jesuita Lois Shijo en su libro “Marati sawacir al-‘arab / Elegías de las poetisas árabes”. Sus poemas perfeccionaron el género de la marthiyya incorporando nuevos giros a las formas heredadas y a los temas tradicionales por la adicción de innovadoras expresiones, emociones e imágenes sugerentes. Este género de la poesía árabe de la Yahiliyya estaba dominado casi exclusivamente por mujeres. Por lo general la marthiyya se dividía en dos partes: un lamento por el héroe caído seguido de una descripción de sus virtudes. Estas piezas no solían ser de gran extensión y estaban destinados a cumplir con una obligación ritual. En el poema que nos ocupa y los que dedicó a sus hijos demuestra un sustancial cambio en el tratamiento de las emociones y los imaginarios de las elegías que la precedieron. Con ello consiguió impactar al público causándoles una honda impresión que contribuía a que el mismo oyente participase de los sentimientos que el poema transmitía. Por tanto su poesía no sólo se circunscribía a una función ritual sino que servía como catalizador de emociones entre el poeta y el público. A modo de catarsis, la sociedad del momento encontraba un cauce que utilizaba para moldear sus virtudes y formar su carácter. En este sentido ubicamos  la expresión de sufrimiento que este poema, por medio del sollozo y el lamento con la voz desgarrada de la poetisa, nos transmite. De hecho el comienzo del mismo no puede ser más personal y elocuente ya que Al Jansa utiliza el pronombre “me” apoyado sobre el sustantivo “recuerdo” para señalarnos con su voz poética que  nos va a desvelar su propio sentimiento interior. La vida y la muerte en un mismo plano de la existencia con la utilización de los verbos “anochezco y amanezco”  unidos por un encabalgamiento copulativo al hacer uso de la conjunción “y” como nexo de unión entre ambos. Estos términos constituyen imágenes sustanciales del alba del día como metáfora de la vida y del ocaso del sol como símbolo de la muerte. Ambas conjugaciones verbales en el mismo tiempo y persona se oponen semánticamente. Los dos verbos están engarzados por  el encabalgamiento copulativo formando una unidad temporal. Todo lo que ha transcurrido es el sentimiento de dolor y vacio que inunda a Al Jansa y que la ha dejado “descompuesta”. Refuerza este estado de desgarro con el artículo neutro “lo” que acompaña al adjetivo masculino “violento” para enfatizar su sentimiento de dolor tan abrumador que es abstracto y no puede ser concretizado ni podríamos decir sopesado y definido. No encontramos entre sus versos huella de un ser ontológico divino depositador del dolor humano, unificador de todo lo existente y artífice del destino de los hombres.

      En los versos que comentamos no aparece signo alguno de creencia religiosa o dogma irrefutable, ella abrazó el Islam mucho después, incluso podríamos decir que sus metáforas la sitúan cercana al paganismo:

¡Nunca vi entre los genios calamidad como la suya!
¡Nunca vi entre los hombres calamidad semejante!

      Nunca una anáfora (¡Nunca vi entre los […]) fue utilizada tan magistralmente para emparentar a genios y hombres en un mismo plano.  Este deliberado paralelismo muestra una creencia fuertemente arraigada en la época preislámica en dónde los genios (yinns) tenían atribuciones humanas y estaban revestidos de un animismo particular que los encumbraba al firmamento de los dioses. Al Jansa’ realiza un ejercicio poético estremecedor mediante una estructura sintáctica y morfológica que queda reforzada por las admiraciones retóricas. Equipara a los genios con los hombres, ambos sustantivos, ya que es prácticamente la única diferenciación de léxico entre un verso y otro si tenemos en cuenta que “[…] como la suya” y “[…] semejante” es casi decir lo mismo. Con ello nos transmite un fervor sin mácula por su hermano y una emoción sin límites  ante un destino singular que no tiene parangón entre hombres y genios. El lamento por su pérdida queda recalcado por la doble utilización del término “calamidad” en los dos versos, como un hecho irreversible e injusto que denota desconsuelo y al mismo tiempo muestra la fragilidad y vulnerabilidad de la vida humana. No hay rastro del quehacer de Allah que induce a aceptar el destino de los hombres como un designio divino.

      Creemos que Al-Jansa’ se acerca al zoroastrismo, quizás por influencia de otros poetas más permeables a los contactos orientales cercanos al mundo sasánida en los siguientes versos:

“La salida del sol me recuerda a Sajr,
y lo tengo en mis labios a cada puesta,”

      Estos versos nos dan idea del profundo recuerdo de su hermano Sajr que anhela en el corazón de al-Jansa’ pero al mismo tiempo nos muestran como para ella no existe creencia alguna que la pueda apartar de ese sentimiento. El sol aquí se nos antoja una potente imagen que a la vez que dibuja el amanecer nos retrotrae al sentido que para ella tenía la vida de su hermano: como la luz que alumbra la mañana.

      A lo largo del poema podemos vislumbrar una enumeración descriptiva de las grandes virtudes que engalanaban al beduino, a saber: la valentía y el coraje (y que enemigo mortal cuando atacaba); la justicia (para hacer valer a un agraviado su derecho.); la fortaleza y la hombría (Ni hombre más enérgico al hacer frente / a los azares del destino); la sinceridad (ni más noble y directo en los asuntos graves,); la hospitalidad (¡Cuántos huéspedes llamaban a su puerta y pedían asilo,); el honor (con el corazón erizado por el menor murmullo!); la nobleza (¡Qué noble y de fiar era!); el sosiego o el estar en paz con uno mismo ( […]La noche caía sobre él / y lo encontraba libre de preocupaciones).

      El enfoque que Al Jansa expone sobre la figura de su hermano Sajr son los del prototipo del guerrero tribal de la Yahiliyya. Además de todos los atributos reseñados parece ser que Sajr se distinguía también por su generosidad al compartir su riqueza con su hermana en los momentos en que ella lo necesitaba. De esta forma, generosidad, integridad y galantería apuntalan aún más si cabe el espíritu de caballerosidad propio del beduino. Todo ello se revestía de una continua expresión de ternura y fortaleza que inducían al llanto, al grito desgarrado y al dolor en las elegías que Al-Jansa’ elaboró en honor de su hermano. El poema que nos ocupa invita a un flujo constante de lágrimas ante la desgracia que ha sucedido y la lucha estéril que Sajr ha librado con su destino. Por ello Al-Jansa’ es solidaria con los que también han perdido a sus hermanos en otras tantas refriegas y manifiesta:

“y de no ser por la multitud que a mi alrededor
llora por sus hermanos, me daría muerte sin vacilar.”

      Al Jansa’ es capaz de quitarse la vida por la muerte de su hermano y este hecho es inimaginable en época islámica e impensable para un buen musulmán ya que se ha sometido a la unicidad y presencia divina por encima de las desgracias humanas. Como vemos la paciencia ante la calamidad se abre paso sin que surja en ningún momento una rendición última a la voluntad de Dios, aceptando esa voluntad con sumisión como posteriormente si ocurriría con la asunción del Islam. El tema de la muerte y el dolor por la pérdida de su hermano los refleja Al Jansa’ con un esplendor lingüístico que trasciende lo poético. Nos vemos inmersos en una genuina compasión por su hermano y su madre (¡Pobre de él y pobre de mi madre!) que sobrecoge al que lo escucha. Si este poema trascendió y se hizo célebre fue por la capacidad y habilidad de Al Jansa’ en transmitirnos ese desconsuelo infinito que supone la pérdida de un ser querido. Un  vacio insondable que no puede acallar el llanto y que niega la muerte como algo irreversible y cruel. El desconsuelo es universal para todos cuando perdemos a un allegado. Al Jansa supo transmitírnoslo en un grito final de dolor que es la misma  interrogante que todos nos hacemos ante la muerte y que no encuentra respuesta: ¡¿Va a estar en su sepulcro noche y día!?

      Al-Jansa’ es una de las figuras más sobresalientes de la literatura preislámica que junto a los poetas de las Mu’allaqat constituyen una de las fuentes primordiales del árabe clásico. Su poesía es profundamente subjetiva pero esto no la merma un ápice de alcanzar una categoría universal. Sus versos denotan un meticuloso cuidado en la elección y uso de un léxico dirigido al corazón del oyente. Ritmo y música se combinan entre sus palabras breves pero directas y potentes que provocan el asombro y el estremecimiento. De esta forma sus elegías van horadando el sentir del que las escucha en una gradación hábil e intensa que invita a todos al llanto y el desconsuelo. Un desgarro descorazonador que seduce al público y le sumerge en una reflexión profunda sobre la vida, la muerte y el dolor. Desde la espontaneidad sabe al-Jansa’ desvelar el corazón del que la escucha con la verdad del sentimiento sincero, el del pueblo llano, sin artificios rebuscados que desvíen lo que ella anhela y persigue: derribar los muros sobre los que se parapeta el corazón. Es evidente que ha conocido el dolor en primera persona pero este sufrimiento la ha hecho más valiente aún porque sabe transmitirlo a los demás de una forma conmovedora y sin tapujos. Su lamento no es sensiblero, es firme y elegante ante los “azares del destino”. La tragedia y la fatalidad son temas recurrentes a lo largo de este poema laudatorio. Del sacrificio de sus allegados obtuvo la paciencia sincera del que pierde lo que más quiere. Su consuelo son sus poemas pero ya teñidos con el valor del sentimiento hecho voz tras mirar cara a cara al dolor del corazón. Vemos que en este poema trasciende su propio tiempo ya que incorpora a la épica tradicional en forma lirica los aspectos más interesantes de la personalidad de su hermano de una manera más amplia para atraer sobremanera la atención del público. No encontramos narración de batalla alguna o hechos sangrientos sino virtudes y valores que ensalzan al personaje. Los sentimientos de dolor y desgarro son los protagonistas utilizados para redibujarnos la psicología de un personaje que deslumbra como prototipo de guerrero noble. La lealtad que profesó a sus hermanos es propia de la afiliación a la tribu y al clan como piedra angular de la estructura social de la época de la Yahiliyya.  Al Jansa’ de esta forma rompe con moldes anteriores y entra de lleno en una poesía intimista, elocuente y directa. Muestra sin artificiosidad su profunda angustia y tristeza otorgando al sufrimiento un papel ineludible en la vida humana, como señala en los versos de inicio de este poema:

“Me desvela el recuerdo cuando anochezco
y amanezco descompuesta por lo violento del dolor
     






[1] Sobh, Mahmud, “Historia de la Literatura Árabe Clásica”, Madrid, 2002, pág. 118
[2] Ídem anterior

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